HABLANDO DE MOROS

Opinión 2.0 de El Campello

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HABLANDO DE MOROS

HABLANDO DE MOROS Articulo enviado por: Eduardo Seva

El abancalamiento , una práctica habitual de transformación de un plano inclinado en dos superficies: una horizontal para el cultivo y otra vertical como talud en piedra que conserva una despensa de vegetación natural y que permite una continuidad de la misma en el paisaje,pero siempre con la constante de que las tierras más intensamente abancaladas y en fuertes pendientes, se hallan siempre alrededor de yacimientos ibéricos.

A mí siempre me ha parecido una obra ciclópea la serie de terrazas que han sostenido secularmente los cultivos arbóreos de la montaña alicantina. Desde los plácidos declives de Pinoso-Yecla con frontales de apenas 50 cm. de altura, hasta las empinadas escaleras cultivadas de Sella, Confrides, Benassau y tantísimos pueblos de la provincia de Alicante que forman las estribaciones de las pre Béticas hacia el mar por el Montgó.

 

El abancalamiento en piedra seca es una constante que ha recibido diversos empujes según la hambruna de la población y de las crisis asociadas a cada época. Si se revisan los escritos de Cavanilles sobre la descripción de los paisajes y producciones por tierras valencianas (https://es.wikipedia.org/wiki/Antonio_Jos%C3%A9_de_Cavanilles) en “Observaciones de la Historia Natural, Geografía, Agricultura, población y frutos del Reyno de Valencia” de 1795-1797, leeréis que hace una loa gratificante a los esfuerzos de los pobladores de Vall de Gallinera y Vall d’Alcalá que redoblan sus industrias agrícolas construyendo anfiteatros de gradas hasta casi la cumbre para así poder alimentar la creciente población. No llegó sin duda a poder describir la inmensa obra de estrechos bancales de la umbría de Sierra Bernia para el cultivo de la uva de mesa para convertirla en pasas en los solariegos cobertizos de los riu-rau de la Marina Alta. Una industria que contaba con una vía de exportación al reino Unido de Gran Bretaña por el puerto de Alicante y de Gandía y que produjo altos beneficios a muchas familias antes de la invasión de la filoxera en finales del XIX y principios del XX.

 

He tenido la suerte de trabajar en muy diversos lugares de Marruecos y de Argelia en la ecología de los paisajes. Y también he tenido la suerte de visitar amplias zonas del Mediterráneo en sus vertientes norte y sur y puedo asegurar que los únicos bancales que yo he visto en Marruecos han sido en una encrucijada de caminos en el propio valle del Sous, muy cerca del territorio del antiguo protectorado de Sahara Occidental. Diría, además, que la costumbre de abancalar las tierras de cultivo casi acaba en la línea Biar-Busot que son los límites naturales del tratado de Almizra entre Jaime I y Alfonso X, exceptuando los alrededores de algunos pueblos de la Alpujarra almeriense como Ohanes, muy cerca del yacimiento arqueológico íbero de Los Millares. El resto de Andalucía está sin abancalar, los cultivos malamente se sostienen en declives del 15-20%, lo mismo que ocurre en el Rif que es una cadena montañosa gemela de las Penibéticas.

 

Si en el dominio musulmán más prolongado en el tiempo (reino de Granada) y que constatamos de 7 siglos al menos, no existen sino vestigios de alguna terraza ¿cómo es que la ingente obra en piedra seca se ha atribuido legendariamente a los moros? La verdad cartográfica de este tipo de aterrazamiento es el Levante español, el archipiélago balear, las islas de Córcega y algo de Cerdeña, Creta, la Toscana, algo de la costa de Dalmacia, algo de la costa Azul de Francia, sur de Turquía y Líbano. Se trata de una práctica heredada de la civilización fenicia y que contagió a los pueblos íberos, etruscos y cretenses en sus continuos contactos marítimos de cabotaje para el comercio de diversos bienes. Al principio como simple asentamiento llano para vivienda de los pueblos de zonas altas y de fuerte pendiente. Posteriormente, como práctica habitual de transformación de un plano inclinado en dos superficies: una horizontal para el cultivo y otra vertical como talud en piedra que conserva una despensa de vegetación natural y que permite una continuidad de la misma en el paisaje. De esta forma no hay solución de continuidad según avanzamos en el terreno, para los propios vegetales (semillas y propágulos) y para los animales que hallan en ella pasillos por donde moverse. Pero siempre con la constante de que las tierras más intensamente abancaladas y en fuertes pendientes, se hallan siempre alrededor de yacimientos ibéricos.

Esta duda me surgió en el transcurso de un trabajo para Consellería de Medio Ambiente en la que se trató precisamente de demostrar la continuidad de la vegetación natural a través de los taludes de bancal y del perjuicio que acarrea el uso indiscriminado de herbicidas.

 

En uno de los asentamientos íberos agazapados en las peñas de Sella (La Carrasca) encontramos gran cantidad de restos cerámicos alóctonos (no propios de este sitio) importados, probablemente de la zona de Baza. Es un poblado erizado en una ladera de solana completamente abancalado; y lo mismo se encontró en los poblados de Orxeta, Penáguila, Bolumini en Alfafara o Relleu.

España, junto al resto de países occidentales del continente mantiene una genética muy estable de los haplogrupos de ADN mitocondrial, es decir, una genética amplia y muy estable donde apenas han incidido las colonizaciones extrañas a nuestro propio grupo. Una península como la nuestra no se conquista bélicamente en tres años, sino culturalmente y las poblaciones primitivas han quedado incólumes de una generación a otra, han mantenido las tradiciones y las costumbres de tratar el territorio y de esa manera hemos llegado hasta hoy. Solo las parte llanas, más ricas, han sido objeto de conquista (romanos, árabes, godos), pero no el resto del territorio.

Por tanto, el origen de los bancales habrá que encontrarlo (de hecho ya se encontró, https://rua.ua.es/dspace/bitstream/10045/6533/1/MED_18_03.pdf) en los asentamientos efímeros de la trashumancia desde las tierras altas de Guadix, Baza, Teruel y Cuenca hasta las cálidas tierras de los valles mediterráneos. Luego transformados en asentamientos permanentes y posteriormente, como práctica permanente de establecimiento de cultivos sin margen de erosión.

Hace un par de meses, un grupo de arqueólogos dio a conocer en el diario Información la posibilidad de que las terrazas de cultivo más antiguas datasen de la época íbera. No leen.

 


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