DEL ATRACTIVO ASPECTO DE LA CIUDAD

Opinión 2.0 de El Campello

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DEL ATRACTIVO ASPECTO DE LA CIUDAD

DEL ATRACTIVO ASPECTO DE LA CIUDAD Articulo enviado por: Eduardo Seva

Alicante nunca ha tenido sueños de gran ciudad ni la ambición de atraer a grandes arquitectos y ha cimentado su atractivo únicamente con la balconada al mar Mediterráneo, la Explanada de España y tres edificios singulares de cuando la capital fue una potencia económica por las exportaciones por vía marítima a través de su puerto

Muchos lugareños y algún visitante acostumbrado a fijarse en la estética de las ciudades apunta que Alicante es la ciudad de las paredes medianeras, una ciudad que en el perfil de sus alcaldes no ha funcionado muy bien el ordenamiento urbano, la trama vista desde el aire, a una escala amplia. O que ha tenido un rosario de arquitectos municipales encargados de otras cosas que nada tienen que ver con la estética, más bien con la cosmética de pequeñas variaciones y que ha dejado libre decisión a las promotoras para que avancen por aquí y por allá. Luego, ponen remedio a tal o cual problema que les asalta con esa cosmética de bajo coste. Alicante nunca ha tenido sueños de gran ciudad ni la ambición de atraer a grandes arquitectos y ha cimentado su atractivo únicamente con la balconada al mar Mediterráneo, la Explanada de España y tres edificios singulares de cuando la capital fue una potencia económica por las exportaciones por vía marítima a través de su puerto.

 

Por contra, el germen de Benidorm es antagónico. Empezó como un escaso municipio y un escuálido pueblecito de pescadores y agricultores en las estribaciones de Puig Campana, agregado a la línea quebrada de la N-332 de Cartagena a Valencia, como todos los pueblos de aquella época. Esa visión de felino o de rapaz. Esos ojos que distinguen a kilómetros dos puntos separados 10 cm, ese poder de resolución que una persona con capacidad de mando, del alcalde D. Pedro Zaragoza Orts, en la década de los ‘50, que mandó confeccionar un proyecto urbanístico revolucionario para su época y que muchos locales ni comprendían. Un trazado urbanístico de amplias avenidas, fáciles accesos, movilidad reducida o nula en el centro histórico, admisión de proyectos únicamente para edificios singulares y de ocupación completa de “cuadras” con fachada a los cuatro vientos, negocios y servicios de gran magnitud, empresas solventes internacionalmente, transporte facilitado, grandísima escuela de turismo, convenios con operadores,…., y un largo etcétera que han hecho de esta ciudad vertical uno de los mayores atractivos para el turismo de masas europeo. Es una caja negra de la que se controlan entradas y salidas y se vigila su interior. Y lo más chocante es que ha mantenido gran parte de su territorio en su uso original, agrícola y forestal, incluyendo la mitad de un Parque Natural, el de Sierra Helada, compartido con  Alfas del Pi y Altea.

 

Cuando, en ocasiones, sale este tema de los gustos extremos por los pequeños núcleos o por las grandes ciudades, mi determinación está clara hacia éstas últimas si lo que desea uno es la confortabilidad para estancias cortas. Tómese el caso de Nueva York, la gran manzana, la isla de Manhattan, unos cuantos kilómetros cuadrados con apéndices hacia arriba de hasta 100 alturas y 14 millones de habitantes concentrados en su área metropolitana. Constituye el atractivo turístico por excelencia de cualquier viaje a EE.UU. La razón es simple, allí hay de todo, cultura, espectáculos, diferentes tipologías, lenguas, gastronomías, comercio. Esos millones de personas interactúan cada día, cada hora, cada instante y su funcionamiento cronológico es perfecto. Su arquitectura es un prodigio de la imaginación y su historia reciente no abarca más de 150 años.

 

Las antípodas a esa concentración de talento es el urbano disperso. Casitas clonadas de dos plantas, adosadas unas a otras, en las conurbaciones de las ciudades, sin servicios a mano, con escuelas a kilómetros de distancia al igual que los centros culturales masivos al estilo de Plazamar o Centro Vistahermosa, donde se vende cultura al precio de bolsas de palomitas. El kilometraje para alcanzar cualquier servicio puede ser hasta de tres cifras al mes y el gasto de combustible, proporcional. La relación vecinal en este tipo de suelo urbano se aproxima a cero y el aislamiento familiar se hace crónico, llegando a la autogestión completa de los desperfectos caseros, al puro estilo del medio-oeste americano.

 

El que un pueblecito costero encantador se convierta en una Torrevieja o en un Benidorm va a depender casi exclusivamente de un elemento pensante con y sin ambición. Me explico. Con (con) ambición de cargar de actualidad a su ciudad sabiendo que las economías cambiantes de las décadas de años venideros van a ser distintas a las pasadas. Con ambición de la singularidad, de la estética, del arte arquitectónico, de la comodidad vecinal, de la movilidad racional, de la belleza. De la ambición de ver la ciudad en un fotograma aéreo y pensarla inmediatamente ordenada en todo su territorio sin cenodoxia, de saber la vocación actual y futura de cada palmo de terreno. De la ambición de rodearse de un equipo de trabajo sumamente eficaz y connivente con su idea y con plazos de ejecución que rocen la inmediatez. Y es muy importante que este gobernador del que hablamos no tenga (sin) la ambición de la riqueza espontánea, que no conozca el pecado de la avaricia. En otras palabras: el resto de mortales estamos al albur de que nuestra ciudad tropiece con uno u otro personaje y de ello depende la belleza y del bienestar que, a partir de ese momento, nos pueda rodear. Pero no nos engañemos: el éxito de una buena ordenación del territorio es también responsabilidad de los pobladores, del acierto en elegir al príncipe que les ha de gobernar y de conocer el equipo que le acompañará, si están o no preparados para esa aventura.

 

Alguna de estas veces hablaremos de Campello/El Campello.

 

De lectura obligada: Las ciudades invisibles, del escritor Italo Calvino, una descripción que hace Marco Polo al rey de los Tártaros de aquellas ciudades prodigiosas por las que ha viajado. Aunque creo que no era necesaria esta recomendación, por obvia.

 

 


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